Permanece en lo más tenebroso de él, recorre cada mililitro del espeso líquido color cereza de sus arterias. Del centro abajo, de abajo arriba y de arriba al centro. Cada pocos segundos. Bum. Y otra vez. Bum. Hierve con el pudor que siente al tenerlo tan cerca. Su aliento a menta, frío, eriza su piel, acelera la creación de dióxido de carbono. Una caricia en la oreja, en el cuello. Un "me encantas" tras un ligero beso en los labios. Roce tras roce el punto de ebullición se acerca. Nada ni nadie puede quitarle esa enorme sonrisa de los labios que aparece cada vez que lo mira.
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