No he dicho adiós, si algo que se le semeja. Adiós sólo se le dice a los muertos, por suerte no lo está. O por desgracia. Al mismo tiempo que me enganchaba me iba matando poco a poco por dentro, parece mentira que pueda estar cayendo en la misma trampa para pájaros. Pero me cierro, me callo y me muestro indiferente. Y no es que no sufra por lo que pasa. No es que no me duela lo que me rodea. Es sólo que he preferido optar por la vía fácil. Nunca dejé de ser una cobarde. O una valiente. Supongo que, como todo, depende de como lo quieras interpretar. Así que callaré. Callaré para no tener que reventarme la cabeza cada mañana en medio de gritos y lágrimas. Pero no puedo decir, no voy a decir, que ya me volví indiferente, porque no es así. El dolor me afecta, los gritos me dejan sorda, las luchas inconstantes me afectan. Pero no puedo hacer más. O quizás sí, pero quizás no sepa como, o no me atreva. Al final hay tantas excusas como oportunidades. Sin embargo, no tengo colores ni texturas que puedan describir esa dicotomía en la que estoy ahogándome. Y aquí estoy, escribiendo basura, esperando a que pase el tiempo y yo ya no esté, o que por fin me vuelva indiferente al tiempo y al espacio y a las palabras por encima del resto. Que me olvide de todo y deje obsesionarme con cada gesto. Maldita idiota.
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